Por Stephanie Alarcón Cid
“Pero para ello, debo tolerar que algo debo perder, a algo debo renunciar y esa idea me es insoportable, porque lo que se pierde no solo son lugares, son vínculos, es una forma de estar y ser en el mundo.”
“Soy una tortuga, por donde voy, cargo «mi hogar» a la espalda” (Anzaldúa, 2012, p. 63)

Mi primera migración se remonta al año 2017 cuando comencé mis estudios en España. Pero diría que la historia de mi experiencia migratoria no comienza realmente ahí, sino que empieza muchos años antes. Desde pequeña soñé con la idea de conocer otros países y de estudiar o trabajar un tiempo fuera de Chile. Recuerdo cuando siendo adolescente imaginaba, junto a alguna amiga ese momento, con el ímpetu propio de la edad. Sin embargo, parecía un sueño muy lejano y algo imposible de conseguir, puesto que en mi entorno no era algo común salir del país o incluso ir a la universidad. Contra todo pronóstico, después de haber terminado mi carrera de psicología y encontrarme en mi segundo año laboral, pude materializar ese deseo.
A pesar de que vengo de una familia humilde, mis padres decidieron hacer el esfuerzo de apoyarme económicamente en esta aventura, ya que mis ahorros eran insuficientes y como siempre me decían “los estudios son lo único que te podemos dejar”. Soy consciente de que mi proceso migratorio se da en un contexto de privilegio, si comparamos con las experiencias de muchas personas que deben abandonar sus hogares de manera forzosa por razones de guerra, por precarización económica, violencia de género, entre otras. Por fortuna, mi contexto es diferente, pues mi migración tuvo como causa manifiesta el realizar estudios de posgrado en el extranjero. Este motivo ha hecho que sea más fácil explicar el por qué de mi partida cada vez que me lo preguntan. No obstante, detrás de esta razón evidente se esconde una raíz mucho más profunda y compleja de desentramar, que me ha costado muchos años de terapia comprender. Me resulta fascinante, como psicoterapeuta y como inmigrante, conocer las distintas razones que motivan las migraciones y darme cuenta que detrás de esa causa manifiesta casi siempre hay una causa implícita. Esta última, muchas veces no la tenemos tan clara, no queremos verla o nos cuesta mucho hablar sobre ella, ya que puede estar empapada de historias muy dolorosas y difíciles de elaborar.
En mi caso, esa causa implícita tenía relación con ciertas dinámicas familiares y también con mi sexualidad. En España no solo logré comenzar a independizarme en muchos sentidos de mi familia (sobre todo de ciertos patrones y roles), sino que también me permití enamorarme por primera vez de una mujer. Aunque vengo de una familia bastante “abierta de mente”, la bisexualidad no era algo sobre lo que tuviese muchas referencias ni referentes, fundamentales para lograr identificarse y nombrarse como tal (Ara, 2017).
Estando fuera de Chile, sentí la libertad para amar libremente a otra mujer, lo que no ha sido algo fortuito, sino que se debe a muchas razones. Por un lado, tuve la posibilidad de conocerme mejor, cuestión que fue facilitada por la experiencia migratoria y por tener que enfrentarme al mundo sin mi red de apoyo principal. Por otro lado, me sentí más segura en ese contexto para explorar y expresar abiertamente mi orientación sexual. Dejé de preocuparme por encontrarme con alguna persona conocida que me viera de la mano con mi novia y tener que dar explicaciones o “salir del closet” continuamente. Además, tuve la fortuna de conocer un grupo maravilloso de amigas, que se transformaron en familia y que me legitimaron como bisexual.
Este texto surge de mi necesidad de poder reflexionar acerca de mi experiencia migratoria y de compartirla con otrxs a quienes pueda serle útil como punto de apoyo o referencia. Desde la psicología es fundamental pensar acerca de la complejidad de la migración y de su impacto en la salud mental.
La migración y la bisexualidad se convirtieron en categorías identitarias que me transformaron y enriquecieron profundamente. Ahora además de ser mujer, psicóloga, feminista, hija, hermana y tía, también soy migrante y bisexual. Pero la migración ha sido también causa de mucho malestar psíquico durante varios años, algo que con el tiempo nombré como duelo migratorio. Achotegui (2021) señala que es un duelo parcial, recurrente y vinculado a experiencias infantiles. Además, es un duelo múltiple: por lxs seres queridxs, la lengua, cultura, la tierra, el status social, el grupo de pertenencia y por los riesgos físicos (Achotegui, 2021).
Sin embargo, este proceso no siempre se vive de la misma manera: no es una lista de etapas que se atraviesan de forma idéntica a otrxs migrantes. Es más bien una experiencia particular y compleja, sobre la que he aprendido en el camino. Mi duelo migratorio no responde a la teorización clásica en la que se identifica una etapa de negación, otra de resistencia y finalmente una de aceptación. No lo experimenté de manera significativa apenas migré a España, ya que tuve la fortuna de encontrarme con un grupo de compañeras que me acogieron y se volvieron hogar. Sin embargo, cuando terminé mis estudios, me enfrenté por primera vez al dilema sobre qué hacer, si volver a Chile o quedarme en España. A eso se sumó el estallido social y la pandemia, momento en el que estar lejos me comenzó a incomodar cada vez más. Fueron tiempos difíciles que me mantuvieron muy conectada con la contingencia nacional y con mis seres queridxs. Pero a la vez, sentía la contradicción de estar en un contexto que me ofrecía muchas cosas que no encontraba en mi país.
Más adelante, comencé a temer por la salud de mi padre y en el año 2022 mi temor se hizo realidad. Mi padre sufrió un accidente cerebro vascular. Al día siguiente tomé un avión temiendo lo peor. Por fortuna, mi padre sobrevivió y se recuperó sorprendemente bien. Sin embargo, este hecho me marcó profundamente y el miedo a que algo peor le pasara aumentó de manera exponencial. Comencé a sentir mucha culpa por estar fuera de Chile. Pensaba que tenía que regresar para cuidar a mi padre, a pesar de todos mis cuestionamientos feministas.
Pasé largas temporadas en Chile, comenzaron mis idas y vueltas. Intenté y me intentaron convencer de que volver a Chile era lo mejor: estar cerca de mi familia, de mis amistades, tener más y mejores oportunidades laborales, estabilizarme económicamente, tener una casa y comprarme un auto. Muchas de esas cosas las conseguí, estuve cerca de mis seres queridxs, obtuve trabajo como docente universitaria y compré el auto. Pero algo no me encajaba, no terminaba de sentirme cómoda ni del todo feliz con mi decisión. Estando en Chile es cuando más me ha pesado mi duelo migratorio. El dilema sobre dónde quería estar se intensificó radicalmente y comenzó a pesarme muchísimo sentir que tenía que tomar una decisión definitiva.
Con mi primera psicóloga, planteamos la idea de construir un puente entre ambos lugares: pasar una temporada en cada lugar y convertirme en una nómade, considerando que tenía la fortuna de teletrabajar. Por mucho tiempo me aferré a esa idea, era la mejor solución para mi dilema. “¿Por qué elegir si puedes tenerlo todo?”, pensé en ese momento. Con el paso de los años, cuestioné este magnífico plan, puesto que la incomodidad persistía en relación al dilema sobre dónde quería estar. Con mi nueva psicoterapeuta llevamos cerca de dos años explorando esa incomodidad, que al parecer me quiere mostrar que lo que quiero ahora es mayor estabilidad, es construir un hogar. Pero para ello, debo tolerar que algo debo perder, a algo debo renunciar y esa idea me es insoportable, porque lo que se pierde no solo son lugares, son vínculos, es una forma de estar y ser en el mundo.
La experiencia migratoria no es algo estático, sino cambiante. Por lo tanto, es fundamental darle cabida a esos cambios y no obligarnos a ser fieles a lo que quisimos alguna vez. De momento, no tengo claro donde viviré los próximos meses. El dilema persiste y lucho cada día porque esta eterna duda encuentre una respuesta. Pero a veces pienso que quizás eso nunca pase y que tendré que acostumbrarme a vivir con esta interrogante que probablemente sea la de muchxs otrxs migrantes.
A esxs valientes migrantes que dejan sus hogares, familias, amistades y todo lo conocido para aventurarse a lo nuevo, les digo: es normal sentir. Es normal que a ratos se sienta como la mejor experiencia del mundo y que luego nos sumerjamos en el más profundo dolor y añoranza por lo dejado atrás. También, es normal dudar continuamente y quizás, no hacen falta tantas certezas.
Sobre la autora:
Mi nombre es Stephanie Alarcón Cid, psicóloga con Magíster en Psicología Clínica y en Estudios de Mujeres y de Género. Además, cuento con un diplomado en Prácticas Narrativas y otro en Psicoanálisis y Género, entre otras formaciones. Actualmente me dedico a la psicoterapia online con personas adultas desde los 15 años. Trabajo con diversas temáticas como: violencia machista, migraciones, abuso sexual, trauma, duelo, ansiedad, estrés, conflictos vinculares, autoestima, malestar emocional, entre otras. Mi enfoque de trabajo integra distintas herramientas teórico-metodológicas desde el psicoanálisis, la terapia sistémica y la terapia narrativa, las que voy adaptando según las necesidades particulares de cada persona. Me posiciono desde las perspectiva transfeminista e interseccional, ya que ofrecen claves éticas y políticas que permiten cuestionar el supuesto origen individual del padecimiento psíquico y analizar las relaciones sociales que se encuentran en su origen.
Referencias
Achotegui, Joseba. (2021). El síndrome del inmigrante con duelo migratorio extremo: el síndrome de Ulises. Una perspectiva psicoanalítica. Aperturas Psicoanalíticas (68), 1-10.
Anzaldúa, Gloria (2012): Borderlands/La Frontera. The New Mestiza, San Francisco, Aunt Lute Books.
Ara, Alba (2019). Leer, decir y narrar la bisexualidad. Un acercamiento etnográfico y discursivo a la ilegible realidad de las mujeres bisexuales (Trabajo de fin de máster). Universidad de Granada.
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